Sentí el temblor del mundo
y supe que eras vos
que te reías
descorriendo en menos de un segundo
todas las formas
que rompen fantasías
Brillando entre las sombras
que dan sentido a la memoria
que desgarra
siempre y ahora
eso que ya no sirve y que sin embargo ahonda
Ese infinito que es del todo mío
del todo escindido
del todo querido
del todo existiendo del todo siempre infinito
del siempre todo mío
En el que irrumpiste siempre risueño
porque sabíamos que siempre nos preferimos ardiendo
ante toda esa densa y volátil indiferencia
que en tus días ya se enraizaba en las inmensidades de la
Tierra
Y que todavía convierte
todo lo existente
en materia inerte
Y preferimos el odio
que por lo menos es caliente,
y preferimos el fuego
que por lo menos sigue siendo
doliente
Para enfrentarnos a ese tedio que mataba
lo poco de ameno que quedaba de las almas
transformando todo en combustible y carcajadas
a pesar de que sabías cuán difícil era volver a sublimarlas
Nos hundimos en las profundas distancias
del abismo que nos separaba
pues aún en su absoluta abulia
¡seguían siendo almas!
Y no dejabas de repetirme que no darles importancia
era dejarnos caer
en la ponzoña de su trampa
Y que debíamos obligarnos a la activa resistencia
que se destila en todas las esencias
en las que hierve siempre renaciente
la
liberación perpetua
Entonces me reía
sin creer en lo que me decías
pero siempre
te seguía
porque admiraba tu destreza
para transformar cada monotonía
en sorpresa
y siempre conseguías devolverle
la vida a cada esquirla de alma
que estaba perdida
Y hoy, que todo temblaba, volví a saber, que, otra vez, existías
porque desde dónde estés